En
1832, una violenta epidemia de cólera provocó más de 5.000 víctimas en Nueva
York. El doctor Reese creía que tanto el cólera como el tifus, la disentería
o la fiebre amarilla eran causados por el consumo de alcohol, y consideraba
unos idiotas a quienes pensaban que esas enfermedades eran contagiosas.
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